martes, 17 de marzo de 2015

Museo del Louvre


Un museo se puede visitar de muchas maneras distintas, y todas pueden ser igual de válidas (o no). Las dos principales son las siguientes:

  • Ir a la que salte, confiando en que la diosa fortuna nos depare las mejores obras, y mientras, por lo que pueda pasar, disfrutar todo lo que se pueda con aquellas que nos atraigan-sorprendan-emocionen. Es el método de los recolectores.
  • Preparar, programar, cuadricular la visita, e ir a tiro hecho a aquellas que hemos decidido que nos interesan, siguiendo pautas y experiencias reconocidas. Si lo logramos, habremos cumplido nuestro objetivo. Es el método de los cazadores.

Aunque quizás resulte ventajoso mezclar y confundir las dos posturas: hacer un plan y seleccionar unas obras determinadas, que constituirán nuestro objetivo previo. Pero debemos concedernos suficiente margen de maniobra como para saltárnoslo a lo torera si otras obras (espléndidas o humildes) se despiertan, nos miran, captan nuestra atención y nos atraen: compensa dejarse arrastrar por ellas.

Espero que no sea esta... (o sí)

Para facilitar la visita pueden ser útiles estos dos documentos:

Plano del museo (¡podríais haberlo descargado por vuestra cuenta!).


Selección de cuarenta obras en función de su fama, la repercusión que han tenido, la cantidad de veces que salen por televisión, o simplemente porque le gustan al que ha elaborado la lista.


Et bien: Bon voyage! (et érudit)

miércoles, 4 de marzo de 2015

La amenaza de los totalitarismos


Con el fin de la Primera Guerra Mundial, casi todos soñaron en un mundo más justo, democrático y pacífico que, ahora sí, parecía realizable, al alcance de la mano. Pero con el paso de los años, sólo los muy optimistas conservarán este convencimiento: es imposible cerrar los ojos al régimen comunista de Rusia y a los numerosos y violentos intentos revolucionarios de muchos países, al régimen fascista de Italia y a las numerosas dictaduras militares, conservadoras o de todo tipo, de España, Polonia, Rumanía, Portugal... Y desde el estallido de la crisis económica de 1929, ya ni siquiera los optimistas: se establece el régimen nazi en Alemania, estalla la Guerra Civil española... El mundo ya no duda de que la Gran Guerra se va reanudar. La única duda es cuándo.

Pero si en 1914 el responsable último de la guerra fue el nacionalismo dominante y generalizado, ahora la gran amenaza la van a constituir los totalitarismos: diferentes ideologías políticas que creen poseer la solución perfecta para acabar de una vez por todas con las calamidades, injusticias y violencias de todo tipo. Se sienten poseedores de la receta infalible que permitirá crear una nueva Humanidad, gracias al líder único y omniscente (o los líderes: uno por cada ideología), que les guirá inevitablemente hacia un mundo mejor. Naturalmente, la ideología se convierte rápidamente en creencia (por más que se racionalice), en una auténtica religión política. Ahora bien, el totalitarismo incorpora otras características decisivas: si el propio partido (con su ideología, con su líder) es el bien absoluto, necesita crear un mal absoluto, un enemigo definitivo que concentre todo aquello contra lo que se lucha: será el enemigo de clase, de raza o de nación, responsable consciente o inconsciente de todos los males que sobrevengan. Es preciso denigrarlos, combatirlos, destruirlos; hay que rechazar cualquier compasión: no es posible reformarlos o convertirlos. Resultará útil deshumanizarlos, convertirlos en meros insectos dañinos a erradicar.

Los totalitarismos consideran relevantes desde un punto de vista político todos los aspectos de la vida social: por supuesto las opiniones (se debe creer lo que el partido opina), la economía y laorganización de la sociedad (sólo el partido sabe lo que conviene hacer), pero incluso lascostumbres, las diversiones y todo uso social (que también deben contribuir a la consecución de los objetivos del partido). Y esta tarea totalizadora, totalitaria, desde el primer momento resultará compleja y exigente. Será preciso movilizar a toda la población, encuadrarla en una diversidad de organizaciones, y mantenerla en tensión permanente en la buena dirección: y para ello resultarán imprescindibles dos armas muy antiguas, pero que las grandes transformaciones modernas han mejorado exponencialmente. En primer lugar una propaganda insistente, machacona y constante basada en mensajes simplificadores que reduzcan todo a una cuestión de buenos/malosnosotros/ellos. Y de forma complementaria, un sistema de represión que vigile, controle y erradique con dureza cualquier amago, no ya de insurgencia u oposición, sino de simple desconfianza o indiferencia hacia el partido, su líder, sus objetivos.


Para saber más

A continuación tienes dos películas de propaganda, comunista la primera (del ruso Serguéi Eisenstein, La línea general, 1929), nazi la segunda (de la alemana Leni Riefenstahl, El triunfo de la voluntad, 1934). Ambas coinciden en su gran calidad cinematográfica, lo que les proporcionó una gran efectividad en la difusión de sus respectivas ideologías totalitarias.



Las novelas, aunque sean ficciones, son a menudo excelentes vehículos para mostrar una visión determinada de la época en que se escribieron. Aquí tienes unas cuantas, muy diferentes:
  • Gilbert Keith Chesterton, El hombre que fue jueves (1908). ¿Cómo diferenciar a los policías de los revolucionarios?
  • Franz Kafka, El proceso (1925). Comienza así: «Alguien tenía que haber calumniado a Josef K., pues fue detenido una mañana sin haber hecho nada malo.»
  • Aldous Huxley, Un mundo feliz (1932). Estamos en un futuro tolerante, benéfico y científico (¿y democrático?) Pero un simple grano de arena puede detener el mecanismo más perfecto...
  • Karel Čapek, La guerra de las salamandras (1936). Por accidente, se descubre una especie inteligente de salamandras, a las que se esclaviza. ¿Cómo reaccionarán?
  • Arthur Koestler, El cero y el infinito (1941). Rubashov, revolucionario ruso de la primera hora, ha sido un importante dirigente. Pero ahora aguarda a que la policía venga de madrugada a detenerle.
  • George Orwell, Rebelión en la granja (1945). Los animales de la granja Manor logran expulsar a sus tiránicos amos y se organizan para dirigirla en beneficio de todos.
  • George Orwell, 1984 (1949). Han triunfado definitivamente los totalitarismos, y han logrado crear lo que prometían, el paraíso. ¿Seguro?

Lo siguiente son palabras mayores: las obras con las que los dos dictadores principales de la época defienden sus respectivos proyectos y realizaciones. Este es el punto en común con las dos películas anteriores, de las que se diferencian por su nulo valor estético y literario: el estilo es farragoso y repetitivo. En cambio, muestran a las claras su fanatismo y su culto a la violencia.
I think I may say, without fear of contradiction... 

Actividades
  1. Selecciona algunas escenas de las dos películas y explica su carácter propagandístico. Analiza el mensaje que subyace, y explica cómo la realización cinematográfica contribuye a convencer al espectador (o por lo menos lo intenta).
  2. Lee una de las novelas propuestas y realiza un análisis de tipo histórico en el que la relaciones con lo que estudiamos en este tema. Para ello, escoge unos pocos aspectos del libro, los que te parezcan más significativos.
  3. La breve historieta que te adjunto fue publicada por Hergé en la revista infantil belga Le Petit Vingtième el 3 de agosto de 1933. En las viñetas 2, 3, 5, 6, 7, 8 y 9 aparecen caricaturizados los gobernantes de otros tantos países (aunque el japonés y el ruso son tipos genéricos). Procura identificarlos (personal e ideológicamente), y puesto que sólo profieren palabras sueltas, intenta discernir el sentido de lo que dicen con ayuda del traductor Google (excepto en el caso japonés, claro; el ruso no es tan complicado). Termina haciendo un comentario global de la historieta: ¿es representativo de su época? ¿por qué?